El Rostro Indígena de San Miguel Arcángel

– Etnografía multimedia de un santo

Historia de la Festividad de San Miguel Arcángel

Enemigo predilecto de Satanás, comandante de los ejércitos celestiales, la figura de San Miguel Arcángel se considera protectora de la Iglesia Católica y de sus fieles. San Miguel es un ángel guerrero, defensor de la cristiandad frente a los enemigos de la fe y los embates del demonio. Principal entre los ángeles,se trata de un delegado directo de Dios. De acuerdo a las Sagradas Escrituras, él será el encargado de venir a recoger las almas de los justos en los días postreros. Así está escrito en el libro de Daniel (12,1):»En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua».En la 1ª Epístola del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (4,16-17) encontramos profetizada, igualmente, esta revelación:»Porque el Señor mismo con voz demando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor».

Reconocido también como el ‘ángel de Jehová’ (Éxodo 23,20), en la tradición judía, el arcángel Miguel es considerado como el guía del pueblo de Israel. Su nombre en hebreo es Mik’ail, que significa ‘quién como Dios’. En su enunciado resuenan los ecos de la oposición entre éste y Satanás, que la interpretación rabínica (Midrash del rabí Eleazar) retrotrae a los tiempos en que ambos vivían en el cielo. Según la concepción cristiana, el Diablo es un ángel caído en desgracia y expulsado del lado de Dios por soberbia. Hay dos segmentos de la Biblia que se consideran alusivos a este episodio. El primero lo encontramos en el libro de Ezequiel (28,12):»Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisolito, berilio y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de la creación. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras del fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti la maldad. A causa de la multitud de tus contradicciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por la tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti. Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contradicciones profanaste tu santuario; yo pues saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos se maravillarán sobre ti; espanto serás, y para siempre dejarás de ser».

Satanás, también llamado Lucifer, por el brillo de su hermosura, es desterrado del cielo por pretender equipararse a Dios. Así también nos lo muestra el libro de Isaías (14, 11-14), el segundo de los textos bíblicos que alude a este episodio. «¿Descendió al Seol tu soberbia, y el sonido de tus arpas; gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán? ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu

Caicayén
Retrato de San Miguel
Tributarios y Encomenderos
Rebelión de 1712. Favores de un santo plagiado
Estrategias de Evangelización
Novenario de ascendencia indígena
Arribo de las imágenes
Capilla de Chope
Batido de banderas
Sones de Arcángel
Ascensión del señor a los cielos
San Miguel y el fuego
Golfo de Ancud

Territorio de Kaykay vilu, la serpiente del agua; lugar donde la tierra se desmembra bajo los dominios del mar, la isla de Caicayén, como la denominaban sus habitantes indígenas, abre el archipiélago de Calbuco en su despliegue marítimo. Catorce islas componen este territorio situado entre el Golfo de Ancud y el Seno de Reloncavi. En él, la topografía da crédito al mito del enfrentamiento entre Treng-treng, la serpiente de tierra y Kaykay vilu, la dominadora del mar. De acuerdo al relato ancestral mapuche, en el comienzo de los tiempos estos seres se enfrentaron. Kaykay hizo brotar agua de los suelos e inundó la tierra. Treng treng hizo subir los cerros hasta las alturas del sol, para que los hombres se salvaran. El paisaje de esta zona lleva las señas de traumas telúricos de similares proporciones, con un pasado marcado por erupciones volcánicas, cataclismos y maremotos que hicieron bajar el nivel de la tierra y sumergieron los suelos, generando la geografía insular. No obstante, la etimología del topónimo al que referimos no es del todo clara.

Esteban Berruel en su Breve Descripción Geográfica y Toponímica de Calbuco señala que la voz ‘kaikayen’ se compone de las partículas ‘kai’ que designa al quiscal o mata de chupones, ‘ka’ expresión copulativa que significa ‘otro’ y la forma verbal ‘yen’ que expresa la idea de ‘llevar algo’. De acuerdo a esta interpretación, kaikayen, es un lugar de chupones, una idea que se ve respaldada por la abundancia de esta especie, que antiguamente se empleaba para deslindar los terrenos. En el período prehispánico, el archipiélago se encontraba ocupado por población williche, que mantenía patrones de asentamiento dispersos y desarrollaba una economía mixta, combinando la agricultura, con la pesca y recolección de playa. Sus costas, igualmente, eran visitadas por los canoeros chonos, cuya lengua fue la primera que dominó este espacio. La toponimia mantiene las huellas de su presencia hasta nuestros días. El último grupo de ellos se estableció en isla Guar hacia 1710. Este paisaje mítico, de mares bravíos y largos días lluviosos estaba llamado a convertirse en la morada del ángel de Jehová.

Isla Grande de Chiloé

«El San Miguel de Calbuco es una imagen de bulto y talla completa de porte algo menor que el natural, muy retocada. Se encuentra vestido a la romana, con casco y coraza plateados, faldellín y almilla con mangas verdes con alamares superpuestos y dorados colgantes como caireles. Calza borceguíes de cuero. Sobre la coraza resalta una banda roja, que desciende del hombro izquierdo al costado derecho. Con su mano siniestra sostiene una balanza, con la diestra empuña una verdadera espada del siglo XIX, un anacronismo manifiesto. Dos alas de plumas blancas, con perfiles de dorada purpurina, respaldan y acreditan la calidad angélica de la imagen. Con todo su peso aplasta a un demonio que posee cabeza y tronco humanos y el resto del cuerpo de sierpe verdosa y adragonada» (Descripción de Isidoro Vázquez de Acuña, Santería en Chiloé. Ensayo y catastro).

La imaginería católica suele representar la figura del Arcángel Miguel en el trance épico del Apocalipsis, con una espada alzada contra el dragón que yace derrotado a sus pies. Su imagen simboliza el triunfo de la causa cristiana sobre el demonio. La juventud y belleza son atributos característicos de su condición angélica. Su naturaleza metafísica se plasma en el aspecto imperturbable o ausente de su rostro, que aparece sustraído del dramatismo de la escena bélica. En su mano izquierda suele llevar una balanza destinada a ponderar las virtudes y pecados de los hombres el día del Juicio Final, pues a él le asiste el deber de conducir a los elegidos al cielo. San Miguel se proyecta como ángel protector, pero también como escrutador de los hombres. Diversas apariciones han contribuido a aumentar su fama y extender su culto.

En Occidente, su itinerario milagroso se inicia en el siglo V, en el monte Gárgano, en Apulia, Italia, donde anuncia al obispo local su decisión de morar y proteger aquella tierra. En Aralar, en el norte de España, ayuda al caballero Teodosio de Goñi a derrotar a un dragón. Así, desde el siglo VIII su culto se generaliza en Navarra. Según apunta Julio Caro Baroja en su libro Mitos y Ritos Equívocos, el guerrero medieval hizo de San Miguel su emblema y figura de consagración, antes que se difundiera la advocación del Apóstol Santiago, Matamoros. Hacia el siglo XI, el culto al Arcángel Miguel se ha asentado en Cataluña. Para el siglo XV se halla establecido en las Islas Canarias, desde donde viaja a las tierras americanas junto con los conquistadores en una iniciativa imperial y capitalista, que se realiza en el nombre de la fe. Si bien ésta se organiza con espíritu de empresa, se encuentra impregnada de una mística religiosa que tiene en el imaginario sacro su estímulo y descanso.

Bajo el orden colonial, la población indígena originaria de Calbuco queda en condición de tributaria del rey, al igual que el resto de los naturales de Chiloé. La Tasa de Esquilache de 1620 fija el monto de su contribución a la corona en nueve pesos con dos reales, que debían pagar en forma de jornales de trabajo a favor de un encomendero. Con este título se distingue a ciertos vecinos beneméritos favorecidos por la autoridad, quienes reciben los beneficios del tributo indígena, a cambio de preocuparse por su evangelización, brindarles protección y concurrir a la defensa de los intereses reales en su jurisdicción. La obligación del trabajo indígena incluye a todos los hombres entre 18 y 50 años y se extiende por un período de nueve meses, en el que se labora por turnos que comprenden al tercio de los indígenas encomendados. La norma impone, por lo tanto, un total de tres meses de trabajo tributario -de veintitrés días laborables cada uno- a todo indígena encomendado. No obstante, según expone Carlos Olguín en Instituciones Políticas y administrativas de Chiloé en el siglo XVIII, éstos estaban expuestos a los arbitrios del encomendero y era habitual que los ocupasen por nueve meses y más.

El cacique calbucano Felipe Cauque Punugal expone a la Real Audiencia de Santiago, el año de 1636: «que algunas personas de la dicha provincia sacan de la dicha isla los indios de ella contra su voluntad, quitándoles lo que tienen de vivir en ellas con sus familias (…) y separan los padres de los hijos llevándolos para partes remotas, donde no lo vuelve aber». Según expone Luis Humberto Andrade en su tesis La Condición Jurídica del Indio Calbucano, la autoridad indígena solicita que se permita a los naturales de Calbuco tributar en la encomienda de su residencia. Los magistrados le dan la razón y dictan a este propósito una Real Provisión, cuyos efectos jurídicos se ven atenuados por las distancias del caso.

Aunque exentos del tributo, los ‘indios reyunos’ se encontraban obligados al servicio del rey. Este concepto comprendía tareas como la construcción de embarcaciones, la participación en expediciones, el trabajo en casas de los oficiales, la recolección del diezmo para la iglesia y, en ocasiones, incluso la tala de alerce. Hacia el año de 1668 serán éstos quienes se quejen ante la Real Audiencia de los abusos de los españoles, dado que «muriendo un yndio en guerra sirviendo a su majestad le cogen los hijos los españoles para servirse dellos y los encomenda defraudando de los que abian de ser soldados a la reducción de Calbuco y aviendo encomendado a los que su Majesta ha dado por libres». Estos excesos que sufren los propios aliados de los hispanos, se ven multiplicados en los tributarios, siendo motivo principal de la rebelión de 1712, en la que Calbuco es atacada y la imagen de San Miguel Arcángel resulta objeto de plagio.

Al anochecer del 10 de febrero del año de 1712, miércoles de ceniza, el fuerte y poblado de San Miguel de Calbuco son presa de un alzamiento indígena contra el trabajo encomendado. Según consigna el historiador Rodolfo Urbina en el artículo La rebelión indígena de 1712: los tributarios de Chiloé contra la encomienda, el levantamiento se había decidido quince días antes en un trawun o junta indígena, realizado en la comunidad de Quilquilco. El movimiento asumió un carácter general, comprometiendo a diversos pueblos de la isla grande de Chiloé, pero golpeó con particular efectividad a Calbuco, por encontrarse desprovisto de su guarnición. El capitán al mando de la plaza, Alejandro Garzón Garricochea se había insubordinado frente al nuevo gobernador insular, Marín de Velasco, quien había ordenado su detención. Como respuesta, el oficial había partido rumbo a Concepción por el camino de Nahuelhuapi, con los 62 soldados a su cargo, 40 indios reyunos, armas, municiones y estandartes. No podía ser más propicia la situación para los alzados, que entraron al poblado sin encontrar mayor resistencia, destruyeron las casas, dieron muerte a 14 españoles y una mujer y saquearon la iglesia, llevándose consigo -según registra la tradición oral- la imagen de San Miguel.

Los indios reyunos una vez más permanecieron fieles a los españoles. Rodolfo Urbina señala que la tarde del jueves 11 de febrero llegaron a Chacao, sede de la gobernación local, los caciques vasallos Pablo Arel y Luis Nahuelhuay con los mensajeros de las agrupaciones alzadas como prisioneros. Los jefes reyunos solicitaron a la autoridad permiso para ajusticiarlos a su usanza, lo que les fue concedido. La historia oficial, señala que tras la asonada las fuerzas españolas emprendieron una campaña de persecución y castigo a los rebeldes, que dejó cerca de 80 indígenas muertos en Calbuco y más de 400 en el conjunto de Chiloé, de modo que la revuelta termina en dispersión y derrota de los insurrectos. No obstante, la memoria oral ha preservado el relato de estos acontecimientos como una victoria de la causa indígena, gracias a la intermediación del Arcángel Miguel. Según la tradición conservada por los calbucanos a través de generaciones, la imagen de este santo fue sustraída del templo, guardada en Huapi Aptao y empleada como prenda para la negociación con los españoles de una disminución de las exigencias del trabajo encomendado y derechos en el comercio maderero. El logro de estos propósitos habría dado origen a la ‘fiesta de los indios caciques’ en honor a San Miguel Arcángel, cuya imagen se proyecta en el tiempo como protectora de los intereses nativos.

La historia documentada no está demasiado lejos de esta versión. Tras el alzamiento de 1712, los jesuitas efectivamente abogaron frente a las autoridades coloniales por el respeto de los derechos indígenas. Como resultado de ello, en 1717 se dictaron las llamadas ‘Ordenanzas de la Casa Concha’, que regulan el trabajo indígena. En Instituciones Políticas y Administrativas de Chiloé en el siglo XVIII, Carlos Olguín apunta que estas disposiciones limitan el trabajo encomendado a tres meses, prohíben la extracción de menores sin la autorización de los padres e impiden la aplicación del trabajo como medio de castigo de delitos. Si bien estas normas tardarán en tener plena aplicación, son la base que orienta la futura legislación y jurisprudencia en el tema.

Desde sus primeros años de vida, la villa de Calbuco es espacio de evangelización. Los jesuitas Melchor Venegas y Juan Bautista Ferruino la visitan hacia 1610 para atender espiritualmente a su población y vigilar las costumbres de la tropa. La escasez de religiosos para el extenso territorio de Chiloé lleva al establecimiento de las «Misiones circulares» desde el año de 1624, a cargo de los misioneros de la Compañía de Jesús asentados en Castro.

Calbuco es una estación obligada en este periplo misional, que se extiende, igualmente, hacia otros puntos insulares de su entorno. Estas campañas evangelizadoras aprovechan el período entre los meses de septiembre y marzo (primavera y verano) para recorrer las principales islas y poblados del archipiélago. Los misioneros embarcan en sus naves imágenes sagradas, cáliz, misales y otros paramentos necesarios para su labor doctrinal y de distribución de los sacramentos. Para recibir su visita se establecen en las islas pequeñas capillas en torno a las que se desarrolla la actividad religiosa.

Dado que la baja periodicidad de la presencia eclesial atenúa las posibilidades de extensión de la fe, se instaura en 1621 la institución de los fiscales como figura coadyuvante de la labor evangelizadora. Sus representantes son escogidos entre los miembros de las comunidades locales en atención a su vocación religiosa o posición dentro del grupo y reciben el beneficio de la exención del trabajo encomendado. A éstos se les denomina originalmente en la lengua mapuche ‘amomaricamañ’, expresión que aglutina las voces ‘amun’ (ir), ‘mari’ (diez) y ‘camañ’ (guardián) y que se puede traducir como encargado de la congregación. A ellos les corresponde mantener vigente la vida religiosa en ausencia de los misioneros y organizar a la comunidad para participar de las actividades rituales durante su visita. Se trata de una institución que se mantiene vigente hasta nuestros días.

El año de 1710 se funda la parroquia de Calbuco con un sacerdote residente, encargado de brindar atención espiritual a la población de la villa y a la dotación militar del fuerte. Los indígenas de las islas aledañas seguirán siendo atendidos por las misiones circulares de los jesuitas, hasta la expulsión de éstos el año de 1767. Para llenar el vacío que dejan aquellos, el gobierno compromete la participación de los misioneros franciscanos del Colegio de Ocopa, Perú, con una amplia experiencia de trabajo en áreas con población indígena. Ellos conocen bien el poder de la fiesta como estrategia evangelizadora, que promueven y extienden. En el marco de un territorio insular, donde la población se muestra dispersa y las comunicaciones se ven afectadas por las inclemencias climáticas que vuelven incierta la navegación, las grandes congregaciones rituales adquieren un carácter estratégico. Las festividades aumentan notoriamente la eficiencia de los oficios de iglesia, que progresan en cantidad y concentran su economía. Al reunir a la población en ciertos puntos del territorio en determinado período del año, permiten que se multiplique la administración de los sacramentos básicos como el bautismo, confirmación, confesión y matrimonio, que se profesan masivamente durante estas funciones de iglesia.

La fiesta de San Miguel Arcángel de Calbuco se celebra con una novena, de modo que el día dedicado a la figura patronal se encuentra precedido por nueve días de culto devocional. En el calendario litúrgico cristiano, la conmemoración oficial del príncipe de los ángeles es el 29 de septiembre. No obstante, en Calbuco su festejo se hace concordar con la Ascensión del Señor, situada cuarenta días después de la Pascua de Resurrección. Según la tradición, este hito cristiano habría coincidido con la entrega de la imagen de San Miguel tras la rebelión indígena de 1712, que se considera el origen de la fiesta. Mas, es probable que ello corresponda a una estrategia de evangelización de esta celebración arraigada entre la población indígena. Así, mientras la iglesia le otorga a la liturgia un sentido cristocéntrico, los fieles conmemoran los servicios prestados por el santo en una perspectiva histórica.

La fiesta de San Miguel expresa la vocación celebrativa indígena. Según afirma el sacerdote Juan José Bergenhenegouwen en el Libro Historial de la parroquia de Calbuco, «la fiesta era de los indios». Los españoles quedaban a un lado o relegados a un rincón de la iglesia. Otro tanto informa el jesuita Eduardo Tampe en su obra Desde Melipulli a Puerto Montt. De acuerdo a este investigador, para la ocasión se elegía a un cacique mayor entre las autoridades indígenas de las capillas, a quien le correspondía encabezar los actos y el ejercicio del poder de mando durante la celebración. «Al iniciarse el novenario, el cacique principal y sus secretarios se hacían cargo del pueblo, asumían la jefatura y hasta las autoridades se ponían a sus órdenes». En palabras del historiador: «El cacique principal era el amo y señor de la ciudad. Vestía levita y sombrero de copa, fina camisa de seda, calcetines del mismo material y elegantes zapatos de charol de la época».

En la actualidad, este papel de autoridad primada es ejercido por la figura del procurador, elegido entre los fiscales. Como insignia emplea una banda de color blanco con una franja amarilla al centro, que cruza sobre su cuerpo, expresando la adhesión a la Iglesia a través del uso de los colores emblemáticos del Vaticano. Éste dirige la ‘Cofradía de fiscales, patrones y patronas San Juan Bautista’ de la parroquia de Calbuco. Durante los actos litúrgicos, sus integrantes ostentan los símbolos propios de su rango. Una cruz alta y una banda de tela de color rojo con una franja azul al centro, cuyas tonalidades simbolizan la sangre de Cristo y las aguas de Calbuco, son los distintivos de los fiscales. Los patrones, que se encargan del cuidado de imágenes y templos, llevan banderas blancas que batirán para homenajear al arcángel. Sus colaboradoras, las patronas, visten sobre sus hombros esclavinas celestes, como símbolo mariano.

Antaño, el comienzo de la novena daba lugar a «una verdadera romería de botes en que al son de músicas, disparos y cantos acudían los insulares a la parroquia central, con todos los santos de su iglesia, a fin de celebrar al Santo Patrono San Miguel». Así lo testimonia, Roberto Maldonado en su memoria de exploración de los archipiélagos de Llanquihue y Chiloé. El padre Bergenhenegouwen cuenta que la playa se llenaba de carpas «hechas de las velas de las lanchas», donde pernoctaban los peregrinos que prolongaban hasta largas horas de la noche el espíritu de fiesta. Terminado el rezo, la gente llevaba al procurador hasta la casa donde alojaba y el ambiente cambiaba de cariz. Empezaba a correr el aguardiente y con él llegaba la embriaguez de modo que: «no se podía ir en la noche después de la misa por las borracheras» sin temor «a perder el sombrero», afirma este sacerdote, en su ya referida recopilación de la historia local.

Por su parte Eduardo Tampe describe la llegada de San Antonio como un momento de especial realce. Los devotos de este santo salían en embarcaciones a encontrar la imagen sagrada, para escoltarla en su trayecto. «La llegada a Calbuco era uno de los espectáculos más atrayentes de esta Fiesta de Indios. En efecto, ‘San Antonio’ venía en una de las mejores lanchas a motor, embanderada y con gran despliegue de guirnaldas y adornos. Cientos de embarcaciones menores, rivalizando sus bogadores en destreza, seguían al santo hasta arribar al muelle de pasajeros. El disparo de escopetas y arcabuces a fogueo, para ahuyentar al Demonio, era la característica principal que anunciaba al pueblo el arribo de ‘San Antonio’ a Calbuco, en gloria y majestad. Centenares de personas recibían al milagroso Santo; señoras venerables de blanco pelo salían a la calle a lanzar flores y quemar incienso en su homenaje. Es el último Santo de las capillas cercanas que hace su entrada triunfal a Calbuco».

Con el paso del tiempo, las formas han cambiado. Las imágenes visitantes van llegando de manera escalonada a medida que avanza la novena y los devotos asisten masivamente sólo para el término de la celebración. San Antonio arriba en camión y los días transcurren con la tranquilidad propia de un pueblo pesquero, de modo que los parroquianos pueden andar por las calles sin temor a perder el sombrero.

Desde 1912 se viene celebrando la novena de San Miguel Arcángel en la localidad de Chope, en isla de Puluqui, la más grande del archipiélago de Calbuco. En ese año Chope se erige en parroquia y organiza su propia novena de San Miguel Arcángel, que se mantiene hasta hoy, realizándose con una anticipación de cuatro días respecto a la de Calbuco. A ella concurren las imágenes de las capillas correspondientes a los diversos sectores que hay en la isla: San Ramón, Machil, Chauquear, Pollollo, Pergüe, Llaicha. También los parroquianos de islas Chidhuapi y Tabón. La novena se inicia un día martes con la entonación del Rosario por parte de los parroquianos de Chope. Dos días después (jueves), se produce la llegada de las imágenes de los otros sectores, que ingresan por un arco triunfal situado en la explanada frente a la iglesia, acompañadas de estandartes y banderas, al ritmo de un pasacalle con acordeón y bombo.

Su entrada al templo se encuentra precedida por una ceremonia de batido de banderas, por parte de los patrones de las capillas congregadas. Tras la eucaristía, los concurrentes se dirigen al salón parroquial situado tras la iglesia, para compartir el espíritu de fiesta, con empanadas fritas, vino y música que anima el baile. La novena prosigue con rezos al atardecer por otros siete días, hasta las vísperas del día dedicado a San Miguel, que en Chope cae un jueves previo a la fiesta de Calbuco. El día mayor del santo se inicia con misa de diana a la seis de la mañana. Sobre las 12 del día se realiza la procesión y luego la ceremonia de despedida con un batido de banderas, al tenor del canto del Himno del Ejército de San Miguel. El salón parroquial sirve de albergue a la fiesta posterior, con orquesta en vivo y los estragos de rigor.

El batido de banderas es uno de los actos centrales de la Fiesta de San Miguel Arcángel, a través del cual los parroquianos rinden honores a su imagen patronal. Los antecedentes de esta costumbre se encuentran en las demostraciones de las Compañías de Milicias los días de las fiestas de santos. En estas unidades participan todos los vecinos en edad y condición de prestar servicios militares, que concurren para hacer formación los días de gala, para regresar luego a sus pueblos y estancias. Así lo consigna el franciscano Pedro González de Agüeros, en su descripción de la antigua celebración de Santiago Apóstol, patrono de la ciudad de Castro, «en cuyas festividades manifiesta su obsequio, según costumbre antiquada, rindiendo las banderas, y enarbolando el Real Estandarte, con todo el acompañamiento y lucimiento que puede aquella pobre Provincia».

Los patrones de iglesia son quienes ejercen en la actualidad el privilegio protocolar de este ejercicio ritual. Su cargo corresponde a quienes atienden las necesidades materiales de capillas y templos, y tienen bajo su responsabilidad el cuidado y ornato de las imágenes patronales. Para rendirles honores a éstas emplean unas pequeñas banderas blancas, que ostentan como insignias de su cargo. Durante la fiesta de San Miguel Arcángel, ellas son desplegadas en un juego de movimientos circulares y ondulantes al momento de recibir las imágenes visitantes en el templo parroquial y para rendir homenaje al arcángel. Al término de la celebración, las figuras sagradas se sitúan en filas enfrentadas, formando un callejón, ante la iglesia de Calbuco. La efigie de San Miguel flanquea uno de sus extremos, Jesucristo crucificado preside el otro. Mientras los fiscales se preparan para entonar las estrofas del ‘Himno del ejército de San Miguel’, los patrones salen de dos en dos, con sus banderolas blancas. Batiendo sus enseñas, cada uno de ellos se dirige hacia uno de los límites del campo, para arrodillarse frente a las imágenes sagradas apostadas en él, al tiempo que hacen girar los gallardetes sobre sus cabezas. Luego del juego de brazos y genuflexiones, se dirigen hasta el extremo opuesto para repetir la operación, mientras detrás se escucha el cántico a este ángel protector:

En las campañas del cielo

toca alarma San Miguel

previniendo sus ejércitos

contra el soberbio Luzbel

Suenen clarines retumben las cajas

baten las banderas de nuestro patrón

que luzca y brille como el mismo sol.

Presentaron las batallas

tan rigurosas y cruel

y Luzbel con gran soberbia

a Miguel pensó vencer.

Coro

Estrechándose las huestes

y viendo allí aquella ambición

Miguel, ministro de Dios

Se dio con celo en obrar

Coro

Que se vaya Luzbel le dice,

atrevido, infame, infiel,

pues no hay nadie que se oponga

a su divino poder .

(Fragmento)

La fiesta de San Miguel Arcángel nos muestra el legado de la liturgia barroca, en el que el canto juega un papel protagónico. Ya en 1583 las constituciones del Tercer Concilio Limense invitan a los sacerdotes y misioneros a usar manifestaciones corales y otros aparatos del culto para atraer la atención de los naturales. Al respecto señala el documento: «No descuiden de ningún modo el estudio de la música entre ellos, ya sea poniendo cantores o usando música de flautas y otros instrumentos». El potencial estético y pedagógico de las composiciones será demostrado en estas tierras por los jesuitas. Entre éstos destaca el padre Francisco Vanden-Berghe, arribado a Chiloé hacia 1628, quien se preocupó de enseñarles a los fiscales los cánticos sagrados. Este misionero puso la doctrina cristiana en versos, que según el historiador de la Compañía de Jesús, Francisco Enrich, «no sólo cantaban con gusto en las capillas cuando él o otros PP recorrían sus pueblos e islas; sino también por los canales, ensenadas y golfos marítimos, y por los caminos terrestres, en yendo de viaje, y en sus casas y campos, mientras se ocupaban en sus quehaceres domésticos, o en su labranza». Al punto que según el historiador «al cabo de doscientos treinta años se repiten todavía estos cánticos sagrados; y han sido uno de los principales medios, para conservar la piedad de aquellos pobre isleños que por muchos años han estado casi del todo abandonados». Durante los actos litúrgicos de la novena se despliega un amplio repertorio coral, que incluye el ‘rosario’, los ‘misterios gozosos’, ‘misterios dolorosos’, ‘misterios gloriosos’, ‘misterios luminosos’, el ´Señor sacramentado’, ‘las tres coronas’, las ‘buenas noches’ y los ‘gozos del arcángel Miguel’, que transcribimos parcialmente a continuación:

Miguel sacro general

del ejército glorioso

defendednos poderoso

del enemigo infernal.

De la boca del Señor

fuiste espíritu formado

siendo después creado

la defensa del creador.

Para mirar por su honor

Te dio poder sin igual.

Lleno de envidia Luzbel

con obstinada osadía

dijo que se elevaría

hasta el supremo dosel,

pero tu voz causó en él

del rayo efecto fatal.

Toda la tropa obstinada

a ti como a Dios te oyó

y del cielo descendió

con Luzbel precipitada

así quedó condenada

por tu voz a eterno mal.

La culminación de la Novena de San Miguel Arcángel se hace concordar con la conmemoración de la Ascensión del Señor a los cielos. De acuerdo a la tradición oral, esta concomitancia se origina en la fecha de la devolución de la imagen de San Miguel Arcángel, restituida el día en que la iglesia celebra este hito. No encontramos antecedentes en la documentación histórica que avalen este hecho.  

Es posible que la concurrencia se deba a un esfuerzo de la iglesia por evangelizar la fiesta de indios. Como resultado de ello, numerosos actos litúrgicos presentes en la celebración tienen un marcado carácter cristocéntrico. Las expresiones de fe que aquellos suscitan, muestran el arraigo del catolicismo en la cultura local. Entre éstos destacan la ‘procesión de la cruz’, en la que se recibe en el templo una imagen del Señor Crucificado; la procesión del Santísimo Sacramento, que exalta el cuerpo de Cristo simbolizado en la hostia, anuncia su consagración y prepara la comunión; también en el rito la ‘adoración a la cruz’ en el que los fieles se postran ante Cristo para besar sus pies.

El discurso pastoral sitúa siempre la celebración de San Miguel en la perspectiva de la cronología cristiana, recordando la importancia y sentido del regreso de Jesús al lado del Padre. En ocasiones, este tópico se vuelve dominante, situando el programa eclesial oficial por sobre la conmemoración del patronazgo parroquial. Así lo hemos visto, por ejemplo, cuando ha oficiado el obispo. El contrapunto hace evidente que mientras la iglesia universal rememora la Ascensión del Señor a los cielos, el pueblo de Calbuco celebra la fiesta de los indios caciques en honor a San Miguel Arcángel. Una festividad cristiana donde la fe se encuentra anidada en la historia local.

El calendario cristiano reserva el 29 de septiembre para el culto y celebración de sus arcángeles. En Calbuco esta fecha es conocida como la fiesta de las luminarias. Para la ocasión, en diversos puntos de la ciudad y en las islas aledañas se levantan piras de coligues que se encienden al anochecer. Las fachadas de las casas se adornan con faroles confeccionados con diversos materiales y formas e iluminados con velas, que concursan en inventiva y llenan el paisaje nocturno de resplandores. Esta tradición pirotécnica se encuentra asociada con la costumbre prevaleciente en el norte de España de recibir la primavera con fuego. En torno a las llamaradas se congrega la multitud y se anima la noche con manifestaciones artísticas que prosiguen en bailes. Pese a ser una fecha consagrada, la festividad se encuentra dominada por la expresividad profana. Sólo en los últimos años se ha retomado la costumbre de sacar en procesión nocturna la imagen de San Miguel.

Entre las pruebas históricas del poder de la imagen patronal de Calbuco se cuenta el haber sobrevivido milagrosamente al gran incendio de 1943, que dejó en ruinas a buena parte del pueblo. El desastre se produjo en la tarde del domingo 31 de enero, cuando parte de sus habitantes habían partido hacia la fiesta de la Candelaria de Carelmapu y otros aprovechaban el día de paseo. De acuerdo al libro de partes de la Comandancia de Bomberos, el fuego se inició en una vivienda de calle Antonio Varas ocupada por la capitanía del puerto, donde se almacenaban tambores de parafina que alimentaban el faro en el muelle de pasajeros. La escasez de agua y el viento conspiraron para que éste se irradiara en diversas direcciones, quedando fuera de control. A las cinco de la tarde ardían seis manzanas. El fuego se propagaba por irradiación del calor y desplazamiento aéreo de material candente. Ante el inminente peligro de que prendiera la Iglesia los parroquianos sacaron la imagen de San Miguel Arcángel y la situaron frente al templo. A las ocho de la noche, el fuego había hecho su obra. Se consumieron 118 casas, dejando damnificados a 1.150 personas. El siniestro destruyó la mayor parte del pueblo de Calbuco, pero su templo se salvó providencialmente, lo que se considera una nueva evidencia de poder del arcángel Miguel.

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