PRODUCTOS MEDIALES

Recopilación de trabajos realizados durante el segundo semestre 2024, en la asignatura de Taller de Producción Medial en Prensa Escrita, Gráfica y Televisión (ICOM-161). Carrera de Periodismo, UACh.

El curso (ICOM-161), impartido el segundo semestre académico del año 2024, por el Profesor José Arturo Figueroa G. Consistió en una serie de prácticos que abarcaron la realización de videos, audios, toma de imágenes, edición de imágenes/videos, textos, entre otras cosas. Todo con las plataformas como Adobe InDesign y Photoshop.

Galería imagenes

Las imágenes expuestas son 10 de las 15 que fueron editadas en Photoshop.
En este práctico se requirió de la toma de más de 60 fotografías, cada una con diferentes requisitos, tales como luces, patrones, reflejo. Además de solicitar fondo desenfocado, enfoque selectivo, movimiento, entre otros.

Imágenes por: V. Apablaza, F. De la Rosa, M. Díaz y F. Doizi.

Registros sonoros

Poema sonoro

Campo de poesía que supone la lectura en voz alta de palabras (con o sin
significado), de acuerdo a pautas rítmicas y sonoras.
El audio se inspiró en Poema Sonoro Dadaísmo encontrado en la plataforma de YouTube. Se tomó nota de la transcripción del poema, datos de referencia y citación.

Collage sonoro

Se creó un collage de sonido que define el trayecto hacia una cafetería y la compra de un producto en esta.
Todos los sonidos registrados son grabados de forma propia, editados, incorporando voz y sonido ambiental.

Poema sonoro

por Apablaza, De la Rosa, Díaz y Doizi

Collage sonoro

por Apablaza, De la Rosa, Díaz y Doizi

Video Remix

Ejercicio de Remediación y remezcla.
Elaboramos un remix propio, a partir de materiales audiovisuales pre-existentes, editando un video
nuevo a partir de piezas sonoras, visuales y audiovisuales disponibles.
Se evaluó un mínimo de 30 clips de videos, duración de 2:00 minutos, transiciones y música.

Timeline "El mundo paralelo de las redes sociales"

El práctico denominado timeline, entrega información sobre la creación de las redes sociales explicando los sucesos más importantes en esta área, desde el comienzo de la creación del primer correo electrónico en 1971, hasta el día de hoy.
Se incorporan una serie de videos sobre la creación del internet, el primer video publicado en YouTube y uno de los TikToks más virales de la plataforma.

Harry Potter y la Piedra Filosofal

Primer capítulo

Harry Potter y la Piedra Filosofal

Capítulo 1

El señor y la señora Dursley, del número 4 de Privet Drive, estaban
orgullosos de decir que eran perfectamente normales y muy
agradecidos por ello. Eran las últimas personas que uno esperaría
encontrar involucradas en algo extraño o misterioso, porque no
aceptaban esas tonterías.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada
Grunnings, que hacía taladros. Era un hombre corpulento y rollizo, casi
sin cuello, pero con un bigote muy largo. La señora Dursley era delgada
y rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que
le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte de su tiempo
estirándolo sobre las verjas de los jardines, para espiar a sus vecinos.
Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos, no
había un niño mejor que él.
Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también
guardaban un secreto, y su mayor temor era que alguien pudiera
descubrirlo. No creían poder soportar que alguien descubriera lo de
los Potter. La señora Potter era la hermana de la señora Dursley,
pero no se veían desde hacía años; de hecho, la señora Dursley
simulaba que no tenía una hermana, porque su hermana y su
marido, un inservible, eran todo lo contrario de los Dursley. Los
Dursley se estremecían al pensar en lo que dirían los vecinos si los
Potter aparecieran en la vereda. Los Dursley sabían que los Potter
también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. Ese
niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no
querían que Dudley se juntara con un niño como ese.
Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley
se despertaron ese martes gris y nublado. No había nada en el cielo
con nubes que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos
que muy pronto ocurrirían por toda la región. El señor Dursley
tarareaba mientras elegía su corbata más aburrida para el trabajo y la
señora Dursley parloteaba feliz mientras forcejeaba para colocar al
chillón Dudley en su silla alta.
Ninguno de ellos notó el gran búho pardo que pasaba volando
por la ventana.
A las ocho y media, el señor Dursley tomó su portafolio, besó a
la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con
un beso, pero no pudo porque Dudley tenía un berrinche y tiraba su
cereal contra las paredes. «Chiquilín», exclamó entre dientes el
señor Dursley, mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se
alejó del número 4.
Al llegar a la esquina percibió la primera señal de algo
singular: un gato que leía un mapa. Por un segundo, el señor Dursley
no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego torció la cabeza
para mirar otra vez. Había un gato atigrado en la esquinade Privet
Drive, pero no se veía ningún mapa. ¿En qué había estadopensando?
Sin duda, era un problema de la luz. El señor Dursley parpadeó y
contempló al gato. Le devolvió la mirada. Mientras el señor Dursley
daba vuelta la esquina y tomaba la calle, observó al gato por el
espejo. Ahora estaba leyendo el cartel que decía Privet Drive; no,
mirando el cartel, los gatos no pueden leer carteles ni mapas. El
señor Dursley negó con la cabeza y alejó al gato de sus
pensamientos. Mientras conducía hacia la ciudad, no pensó en otra
cosa que en un gran pedido de taladros que confiaba conseguir ese
día.
Pero en las afueras de la ciudad, algo alejó los taladros de su mente.
Mientras esperaba en el habitual congestionamiento matinal del
tránsito, no pudo dejar de notar una cantidad de gente vestida en forma
extraña. Gente con capas. El señor Dursley no soportaba la gente que
usaba ropa ridícula. ¡Los conjuntos que usaba la gente joven! Supuso
que ésa debía de ser alguna estúpida moda nueva. Tamborileó con los
dedos sobre el volante y su miradase posó en ese montón de extraños
que estaban allí cerca. Cuchicheaban entre ellos, muy excitados. El
señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que un par de ellos no
eran jóvenes. Ese hombre era mayor que él ¡y vestía una capa verde
esmeralda!
¡Qué atrevido! Pero entonces se le ocurrió al señor Dursley que tal
vez eso era una tonta manera de llamar la atención — esa gente evidentemente hacía una colecta para algo—, sí, tenía que ser eso. El
tránsito avanzó y unos pocos minutos más tarde, el señor Dursley
llegó al estacionamiento de Grunnings, pensando nuevamente en
los taladros.
El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana,
en su oficina en el noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, le habría
resultado difícil concentrarse esa mañana en los taladros. No vio los
búhos que volaban a plena luz del día, aunque la gente en la calle sí
los veía y los señalaba con la boca abierta, mientras pasaban uno
tras otro los búhos. La mayoría de ellos no había vistoun búho ni
siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana
perfectamente normal, sin búhos. Gritó a cinco personas diferentes.
Hizo varias llamadas telefónicas importantes ygritó un poco más.
Estaba de muy buen humor hasta la hora de almorzar, cuando
decidió estirar las piernas y cruzar la calle para comprarse un
sándwich en la panadería.
Había olvidado a la gente con capas hasta que pasó a un grupo
de ellos cerca de la panadería. Al pasar, los miró enojado. No sabía
por qué, pero lo hacían sentir inseguro. Este grupo también
susurraba con excitación y no pudo ver ni una alcancía. Cuando
regresaba con un gran sándwich en una bolsa de papel, alcanzó a
oír unas pocas palabras de lo que decían.
— Los Potter, eso es, eso es lo que escuché…
— Sí, el hijo de ellos, Harry…
El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se
volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo,
pero se contuvo.
Se apresuró a cruzar la calle y corrió hasta su oficina, le dijo a
gritos a su secretaria que no quería que lo molestaran, tomó el
teléfono y casi había terminado de marcar los números de su casa
cuando cambió de idea. Dejó el aparato y se estrujó los bigotes
mientras pensaba… No, era un estúpido. Potter no era un apellido
tan especial. Estaba seguro de que había muchísima gente que se
llamaba Potter y tenía un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor,
ni siquiera estaba seguro de si su sobrino se llamaba Harry. Nunca
había visto al niño. A lo mejor se llamaba Harvey. O Harold. No valía
la pena preocupar a la señora Dursley, quien siempre se molestaba
mucho ante cualquier mención de su hermana. No la culpaba. ¡Si él
hubiera tenido una hermana así…! Pero de todos modos, esa gente
con capas…
Esa tarde le costó concentrarse en los taladros y cuando dejó el
edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que
tropezó con un hombre que estaba en la puerta.
— Perdón —gruñó, mientras el hombre diminuto se
tambaleaba y casi cae al suelo.
Unos segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que
el hombre usaba una capa violeta. No parecía disgustado por el
empujón. Al contrario, su rostro se ilumino con una amplia sonrisa,
mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de
los que pasaban:
— ¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede
molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque el Innombrable finalmente
se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este
feliz, feliz día!
Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.
El señor Dursley permaneció completamente abochornado. Lo
había abrazado un desconocido. También pensó que lo había llamado
«un muggle», fuera lo que fuese que significaba. Estaba desconcertado.
Se apresuró a subir a su coche y dirigirse a su casa, deseando que todo
fuera obra de su imaginación, algo que nuncahabía deseado antes,
porque no aprobaba la imaginación.
Cuando entró en la senda privada, lo primero que vio —y eso
no mejoró su humor— fue el gato atigrado que había visto esa mañana.
Ahora estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que
era el mismo, tenía las mismas manchas alrededor
de los ojos.
— ¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.
El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa. Elseñor
Dursley se preguntó si ésa sería una conducta normal en un gato.
Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no
decirle nada a su esposa.
La señora Dursley había tenido un día bueno y normal.
Mientras comían, le contó todo sobre los problemas de la señora de
la puerta de al lado con su hija, y que Dudley había aprendido una
nueva frase («¡no lo haré!»). El señor Dursley trató de actuar con
normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al living a tiempo
para el informativo de la noche.
— Y por último, observadores de pájaros de todas partes han
informado que hoy los búhos han tenido una conducta poco
habitual. Pese a que los búhos normalmente cazan durante la noche
y es muy difícil verlos a la luz del día, hubo cientos de avisossobre
el vuelo de esos pájaros en todas direcciones, desde la salidadel sol.
Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que los búhos
han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una
mueca irónica—. Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim
McGuffin con el informe del tiempo. ¿Habrá más lluvias de búhos
esta noche, Jim?
— Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo
los búhos han tenido hoy una actitud extraña. Televidentes de lugares
tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee, han telefoneado para
decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer, ¡tuvieron un
chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente comenzó a festejar
antes de tiempo la Noche de las Fogatas. ¡Es la semana que viene,
muchachos! Pero puedo prometerles una noche lluviosa para hoy.
El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas
fugaces por toda Gran Bretaña? ¿Búhos volando a la luz del día? Y
ese murmullo, ese cuchicheo sobre los Potter…
La señora Dursley entró en el living con dos tazas de té. Esto
no era bueno. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la
garganta con nerviosidad.
— Eh… Petunia querida, ¿has sabido últimamente algo de tu
hermana?
Como lo esperaba, la señora Dursley parecía molesta y
enojada. Después de todo, normalmente fingían que ella no tenía
una hermana.
— No —respondió cortante—. ¿Por qué?
— Unas cosas muy raras en las noticias —masculló el señor
Dursley—. Búhos… estrellas fugaces… y hoy había en la ciudad una
cantidad de gente de aspecto raro…
— ¿Y entonces? —interrumpió bruscamente la señora
Dursley.
— Bueno, simplemente pensé… quizá… que podría tener algo
que ver con… tú sabes… su grupo.
La señora Dursley bebió el té con los labios fruncidos. El señor
Dursley se preguntó si se animaría a decirle que había oído el apellido
«Potter». Decidió que no se atrevía. En lugar de esopreguntó, tratando
de parecer despreocupado:
El hijo de ellos… debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
Eso supongo —respondió la señora Dursley con rigidez.
¿Y cómo era su nombre? Howard, ¿no?
Harry. Un nombre vulgar y detestable, si me lo preguntas.
— Oh, sí dijo el señor Dursley, con una horrible sensación de
abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.
No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse.
Mientras la señora Dursley estaba en el baño, el señor Dursley se
acercó lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñóhacia
el jardín de adelante. El gato todavía estaba allí. Miraba con atención
hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo.
¿Se estaba imaginando cosas? ¿Todo esto podría tener algo que
ver con los Potter? Si fuera así… si se descubría que ellos eran
parientes de un par de… bueno, no creía poder soportarlo.
Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó
dormida rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto,
con todo eso dando vueltas por su mente. Su último y tranquilizador
pensamiento, antes de quedarse dormido, fue que, aunque los
Potter estuvieran involucrados, no había razón para que se
acercaran a él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo
que él y Petunia pensaban sobre ellos y los de su clase… No veía
cómo él y Petunia iban a ser involucrados en nada que tuviera que
ver con esa gente —bostezó y se dio vuelta—, no podría afectarlos a
ellos…
Qué equivocado que estaba.
El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato en
la pared del jardín no mostraba señales de tener sueño. Estaba
sentado tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin
pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se
cerró la puerta de un coche en la cuadra siguiente, ni siquiera
pestañeó cuando dos búhos bajaron sobre su cabeza. De hecho, el
gato no se movió hasta la medianoche.
Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado
observando, apareció tan súbita y silenciosamente que uno habría
pensado que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y
sus ojos se entrecerraron.
Un hombre como ese nunca había sido visto en Privet Drive. Era
alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barbaplateados,
tan largos que habría podido sujetarlos con el cinturón. Usaba ropa
larga, una capa color púrpura que barría el piso y botasde taco alto
y hebillas. Sus ojos azules eran suaves, brillantes y centelleaban
detrás de unos anteojos con cristales con forma de media luna y su
nariz era muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado un
par de veces. Su nombre era Albus Dumbledore.
Parecía que Albus Dumbledore no se había percatado de que
había llegado a una calle en donde todo, desde su nombre hasta sus
botas, eran rechazadas. Estaba muy ocupado moviendo su capa,
buscando algo. Pero pareció darse cuenta de que lo observaban,
porque de pronto miró al gato, que todavía lo observaba fijamente
desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció
divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:
— Debí haberlo sabido.
Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía
un encendedor de plata. Lo abrió, lo levantó en el aire ylo
encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve
estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a
oscuras. Doce veces hizo funcionar el apagador, hasta que las únicas
luces que quedaron en toda la calle fueron dos puntitosluminosos en
la distancia, que eran los ojos del gato que lo observaba. Si ahora
alguien miraba por la ventana, hasta la señora Dursley con sus ojos
como cuentas, no podría ver lo que sucedía en la calle. Dumbledore
volvió a guardar el apagador dentro de su capa y caminó hacia el
número 4 de la calle, dondese sentó en la pared, cerca del gato.
No lo miró, pero después deun momento, le dijo:
— Qué gusto verla aquí, profesora McGonagall.
Giró para sonreír al gato, pero éste había desaparecido. En
lugar del gato, le estaba sonriendo a una mujer de aspecto severo,
con anteojos de montura cuadrada, con la misma forma de las
manchas que el gato tenía alrededor de los ojos. La mujer
también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro
estaba recogido en un rodete. Estaba claramente disgustada.
— ¿Cómo supo que era yo? —preguntó.
— Mi querida profesora, nunca vi a un gato sentado tan rígido.
— Usted también estaría rígido si hubiera estado sentado en una
pared de ladrillo durante todo el día —respondió la profesora
McGonagall.
— ¿Todo el día? ¿Cuándo podría haber estado celebrando? Debo
de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas enmi
camino hasta aquí.
La profesora McGonagall resopló enojada.
— Oh, sí, todos celebraban, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Uno creería que iban a ser un poquito más prudentes,
pero no… ¡Hasta los muggles se dieron cuenta de que algo sucede!
Salió en las noticias. —Torció la cabeza en dirección a la ventana del
oscuro living de los Dursley—. Lo escuché. Bandadas de búhos…
estrellas fugaces… Bueno, ellos no son totalmente estúpidos. Tenían
que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent…
apuesto a que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido
común.
— No puede culparlos —dijo Dumbledore con tono afable—.
Hemos tenido muy poco que celebrar durante once años.
— Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero
eso no es una razón para que perdamos la cabeza. La gente seha
vuelto completamente descuidada, sale a la calle a plena luz del día, ni
siquiera vestida con la ropa de los muggles, y rumorea.
Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore,
como si esperara que le contestara algo, pero como no lo hizo,
continuó hablando:
— Sería extraordinario que el mismo día en que el In- nombrable
parece haber desaparecido al fin, los muggles descubrieran todo sobre
nosotros. Supongo que él realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?
— Con seguridad es lo que parece —dijo Dumbledore—.
Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría un caramelo de limón?
— ¿Un qué?
— Un caramelo de limón. Es una clase de golosina de los muggles
que me gusta mucho.
— No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora
McGonagall, como si considerara que ése no era el momento para
dulces. Como le decía, aunque el Innombrable se haya ido…
— Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona
sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda
esa tontería del Innombrable… durante once años intenté persuadir
a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre:Voldemort.
—La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero
Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón,
pareció no darse cuenta—. Todo resultará muy confuso si seguimos
diciendo «el Innombrable». Nunca encontré la razón para tener
miedo de decir el nombre de Voldemort.
— Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora
McGonagall, entre la exasperación y el enojo—. Pero usted es diferente.
Todos saben que usted es el único al que el Innom… oh, bueno,
Voldemort tenía miedo.
— Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—.
Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.
— Sólo porque usted es demasiado… bueno… noble para
utilizarlos.
— Qué suerte que está oscuro. Nunca me ruboricé tanto desde
que Madame Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
La profesora McGonagall le lanzó una mirada cortante,
antes de hablar.
— Los búhos no son nada, comparados con los rumores que
corren por allí. ¿Sabe lo que todos dicen? ¿Sobre cómo desapareció
él? ¿Sobre qué fue lo que finalmente lo detuvo?
Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más
ansiosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había
esperado todo el día en una fría pared, porque ni como gatoni como
mujer, jamás había mirado con tal intensidad a Dumbledore como
lo hacía ahora. Era evidente que, más allá de loque los demás dijeran,
no lo iba a creer hasta que Dumbledore le confirmara que eso era
verdad. Dumbledore, sin embargo, estaba desenvolviendo otro
caramelo y no le respondió.
— Lo que están diciendo —insistió— es que la noche anterior
Voldemort apareció en el valle de Godric. Fue a buscar a los Potter.
El rumor es que Lily y James Potter están… están… que ellos están
muertos.
Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se
quedó boquiabierta.
— Lily y James… No puedo creerlo… No quiero creerlo… Oh,
Albus…
Dumbledore se acercó y le palmeó la espalda.
— Lo sé… lo sé… —dijo con tristeza.
A la profesora McGonagall le temblaba la voz cuando continuó.
— Eso no es todo. Dicen que él trató de matar al hijo de los Potter,
Harry. Pero no pudo. No pudo matar a ese niñito. Nadie sabe por
qué, o cómo, pero dicen que, como no pudo matar a Harry Potter, el
poder de Voldemort se quebró… y que ésa es la razón porla que se
ha ido.
Dumbledore asintió apesadumbrado.
— ¿Es… es verdad? —Tartamudeó la profesora McGonagall—.
Después de todo lo que ha hecho… de toda la gente que mató… ¿no pudo
matar a un niñito? Es simplemente asombroso… de todas las cosas que
podrían detenerlo… Pero ¿cómo sobrevivió Harry, en nombre del cielo?
— Sólo podemos adivinar —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca
lo sepamos.
La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntillas y se lo
pasó por los ojos, detrás de los anteojos. Dumbledore resopló mientras
sacaba un reloj de oro de su bolsillo y lo examinaba. Eraun reloj
muy raro. Tenía doce manecillas, pero ningún número; en lugar de eso,
pequeños planetas se movían alrededor del borde. Pero para
Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó enel bolsillo y
dijo:
— Hagrid está retrasado. A propósito, supongo que él fue
quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?
— sí —dijo la profesora McGonagall— Y me imagino que no
me va a decir por qué, entre tantos lugares, usted está aquí.
— Vine a entregar a Harry a su tía y su tío. Ellos son la única
familia que le queda ahora.
— ¿No quiere decir…? ¡No puede referirse a la gente que vive
aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y
señalando al número 4—. Dumbledore… no puede. Los observé todo
el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y
tienen ese hijo… Lo vi pateando a su madre mientras subían las
escaleras, gritando para que le dieran caramelos. ¡Harry Potter no
puede vivir aquí!
— Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus
tíos podrán explicarle todo cuando sea más grande. Les escribí una
carta.
— ¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a
sentarse en la pared—. ¿De verdad, Dumbledore, cree que puede
explicar todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a Harry!
¡Será famoso… una leyenda… no me sorprendería que hoy sea conocido
en el futuro como el día de Harry Potter… escribirán libros sobre
Harry… Cada niño en el mundo conocerá su nombre!
— Exactamente —dijo muy serio Dumbledore, mirando por
encima de sus anteojos—. Sería suficiente para marear a cualquier
niño. ¡Famoso antes de saber hablar y caminar! ¡Famoso por algo
que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor
que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado paraasumirlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y
luego dijo:
— Sí… sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el
niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observo a capa del
profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.
Hagrid lo traerá.
— ¿Le parece… sensato… confiar a Hagrid algo tan importante?
— A Hagrid le confiaría mi vida —contestó Dumbledore.
— No estoy diciendo que no sea un hombre de buen corazón —
dijo de mala gana la profesora McGonagall—. Pero no puede fingir que
no es descuidado. Tiene la costumbre de… ¿Qué fue eso?
Un ruido sordo quebró el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo
más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle buscando
alguna luz; aumentó hasta un rugido mientras los dos miraban hacia
el cielo y una pesada motocicleta cayó del aire y aterrizó en la calle
frente a ellos.
Si la motocicleta era enorme, no era nada comparada con el
hombre que llevaba. Era dos veces más alto que un hombre normal
y al menos cinco veces más ancho. Simplemente era demasiado
grande y tan salvaje: cabello largo enmarañado, de color negro; una
barba que le cubría casi toda la cara; las manos eran del tamaño de
las tapas del tacho de basura, y sus pies, con botas de cuero, eran
como bebés de delfines. En sus brazos musculosos y grandes
sostenía un bulto con mantas.
— Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde
conseguiste esa motocicleta?
— Es prestada, profesor Dumbledore —contestó el gigante,
bajando con cuidado del vehículo, mientras hablaba—. El joven
Sirius Black me la prestó, señor. Lo traje a él, señor.
— ¿No hubo problemas por allá?
— No, señor, la casa estaba casi destruida, pero lo saqué justo
antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó
dormido mientras volábamos sobre Bristol.
Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las
mantas. Adentro, se veía a un bebé, profundamente dormido. Bajo
una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver
una cicatriz con una forma curiosa, como un rayo.
— ¿Fue allí…? —susurró la profesora McGonagall.
— Sí respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para
siempre.
— ¿No puede hacer nada para eso, Dumbledore?
— Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser
útiles. Yo tengo una encima de mi rodilla izquierda, que es un
mapa perfecto de los subterráneos de Londres. Bueno, déjalo aquí,
Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Dumbledore tomó a Harry en sus brazos y se volvió hacia lacasa
de los Dursley.
— ¿Puedo… puedo despedirme de él, señor? —preguntóHagrid.
Inclinó su gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso
raspándolo con su barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó
escapar un aullido, como un perro herido.
— Shhh —lo chistó la profesora McGonagall—. ¡Vas a
despertar a los muggles!
— Lo… siento —lloriqueó Hagrid y se limpió la cara con un gran
pañuelo—. Pero no puedo soportarlo… Lily y James muertos…y el
pobre pequeño Harry tendrá que vivir con muggles…
— Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o nos van a
descubrir —susurró la profesora McGonagall, palmeándole un
brazo a Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del
jardín y caminaba hasta la puerta del frente.
Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa,
la escondió entre las mantas de Harry y luego regresó con losotros
dos. Durante un largo minuto los tres permanecieron
contemplando al pequeño bulto; los hombros de Hagrid se
estremecieron, la profesora McGonagall parpadeó furiosamente y la
luz titilante, que habitualmente irradiaban los ojos de Dumbledore,
parecía haberlo abandonado.
— Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos
nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a
las celebraciones.
— Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Más vale que me
deshaga de esta moto. Buenas noches, profesora McGonagall,
profesor Dumbledore, señor.
Hagrid se secó las lágrimas con la manga del abrigo, se subió a
la motocicleta y accionó con el pie la palanca para poner el motor en
marcha; con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.
— La veré pronto, espero, profesora McGonagall —dijo
Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza.
La profesora McGonagall se sonó la nariz como toda respuesta.
Dumbledore giró y avanzó por la calle. Se detuvo en la esquina
y levantó el apagador de plata. Lo hizo andar una vez y todas las
lámparas de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se
iluminó con un resplandor anaranjado y pudo ver a un gato atigrado
que se escabullía por la esquina del otro extremo de la calle. También
pudo ver el bulto de mantas sobre las escaleras de laentrada de la casa
número 4.
— Buena suerte, Harry —murmuró. Giró sobre sus talones
y con un movimiento de su capa, ya no estaba allí.
Una brisa pasó rápidamente por los prolijos cercos de Privet
Drive, que yacía silenciosa bajo un cielo color tinta, el último lugar
donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter
se dio vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se
cerró sobre la carta y el niño siguió durmiendo, sin saber que era
famoso, sin saber que despertaría en unas pocas horas con el grito de
la señora Dursley al abrir la puerta principal para sacar las botellas de
leche; ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado
por su primo Dudley… No podía saber que, en ese mismo momento, la
gente que se reunía en secreto por todo el país estaba levantando sus
copas para decir convoces sosegadas: «¡Por Harry Potter… el niño que
sobrevivió!

A partir del texto físico «Harry Potter y la Piedra Filosofal», generamos una versión digital de algunas páginas, incluyendo distintos elementos contextuales del mismo libro.

El texto anterior fue analizado por la página Voyant Tools, en la cual se exponen y visualizan datos textuales; es decir, las palabras más repetidas en el texto que se desea analizar.
A lo largo del texto, la relación entre la palabra “Harry” y “Hagrid”,  es evidente debido a la diferencia de aparición. Constantemente Harry es mencionado debido a que es el personaje principal de la historia, mientras que Hagrid, un personaje terciario, aparece más tarde dentro de la trama.

¡Conócenos!

Valentina Apablaza
Estudiante de periodismo, UACh

Francisca De la Rosa
Estudiante de periodismo, UACh

Martina Díaz
Estudiante de periodismo, UACh

Francisca Doizi
Estudiante de periodismo, UACh